“No pierdas, la esperanza de hacerte santa, a pesar de nuestras miserias, pues con la gracia de Dios, todo, todo se puede.” Esta frase de la venerable, Madre Soledad Sanjurjo Santos, SM., que en su tiempo dirigía a sus hermanas de religión; resuena hoy más que nunca en nuestros oídos, por la apremiante necesidad de apurar el Reino de Dios y su justicia, en nuestro tiempo. Vivimos días agitados por las circunstancias que coinciden en tiempo y espacio con nuestra existencia. Un cúmulo de variables que se reparten por pueblos y regiones de acuerdo a múltiples circunstancias.
La pandemia, fenómenos naturales, calentamiento global, terremotos, guerras, inflación económica, revoluciones sociales culturales, generacionales, espirituales, ideológicas, filosóficas, de principios, etc. Todo parece revuelto a que pierde sentido, lo que siempre se enseñó, lo que se dijo desde el principio y nuestros padres valoraron como la razón y el fundamento de la existencia que es Dios; y que lo merece todo. Entonces es que cobra valor los principios evangélicos de castidad, pobreza y obediencia; siendo un símbolo de contradicción.
Justo las palabras que el anciano Simeón, le dirigió a María, en el momento de la Presentación. Y este Niño está puesto como una bandera discutida, un signo de contradicción. Esta profecía señala el camino y ruta de todo cristiano, hijo de la Iglesia, hijo de María, hermano de Cristo, recipiente de la salvación.
La vida como la vemos llena de dificultades y donde se hace difícil ser cristiano, es el terreno idóneo para cultivar la santidad y en donde Dios se pone de nuestra parte para abrirnos las puertas de su Reino, como verdaderos delegados, que reflejemos que sí, es posible permanecer fiel y seguir amando; porque el que ama, no agota la fuente, sino que la hace más productiva.
¡Seamos santos!